La Mar – Artículo de Miguel Gracia

Queridos socios y amigos del Club Naval de San Telmo.

Me permito asomarme a nuestra página web para robaros un poco de vuestro tiempo y contaros una extraordinaria experiencia por mí vivida, en los últimos años de un modo casi constante, que ya relaté en una revista profesional hace un par de años y de la que ahora os quiero hacer también partícipes, ya que me ha ayudado mucho a ver la vida de otra forma y también, qué duda cabe, a solventar más de una vez algún que otro follón como los que en ocasiones se nos presentan en nuestro quehacer diario, ya sea en el ámbito familiar o en el trabajo.

Esta experiencia es la Mar. Todo lo que es sentir y vivir sus apacibles o enfurecidos cambios de carácter, a influencia de siempre tremendas fuerzas cósmicas que desatan los elementos naturales más variados en su inmenso espacio, donde nosotros y nuestro barquito somos tan pequeños, tan nada.

Grandes espacios y grandes soledades que invitan al pensamiento y a la reflexión, donde le hablas a tu barco y al viento y ellos te hablan a ti, o a tu compañero de guardia y descubres aspectos en las personas que te enriquecen, donde valores como la lealtad, la amistad y la solidaridad alcanzan cotas difícil de imaginar; donde también otros seres comparten contigo esa forma de vida, de la Mar y el viento, y a veces los ves junto a ti: peces grandes o pequeños, o gigantescos y temibles, donde contemplas el vuelo inagotable de gaviotas, pardelas, alcatraces, albatros; y sus colores, los colores de la Mar, su azul tan especial, o su verde o su acero, mezclado con el blanco de la espuma de las olas; sus preciosos amaneceres o puestas de sol, sus noches cerradas como boca de lobo u otras que parecen una feria de luz, de estrellas y de cometas, donde te acuerdas de los que ya no están y parece que los ves allí en el firmamento alumbrándote con su luz, sin duda los mejores.

Dias celestes y brillantes, dias de niebla o dias de nubarrones y mar gris, con chubascos y aguaceros. Dias que llegas a soportar, no se sabe cómo, vientos de más de cien kilómetros por hora y olas como casas de dos pisos, en los que hay momentos que dices: “quién c… me habrá mandado estar aquí”, o esto otro, más grave y tremendo: “no sé si volveré a entrar en esta cámara”, cuando es tu turno de guardia, y sin apenas haber dormido un rato y sin haberte quitado la ropa de altura, te ha llamado un tripulante para que salgas fuera a conducir; todo lo contrario a esos dias de calma, soporífera y de sol de justicia, donde todo lo más a lo mejor eres capaz de echarte unos cubos de agua fresca por encima porque no te atreves a bañarte, porque es natural, porque te da jindoy, porque debajo tuya hay cinco mil metros de profundidad, y estás sólo … O días de navegación con todas las velas disponibles al viento, con el enorme disfrute de una brisa de 12 nudos a un largo con marejadilla, o de 20 nudos con olas grandes pero de perfecta cadencia, donde cabalgas a lomos de tu barco y alcanzas velocidades de tobogán.

En fin que voy a contaros, seguro que más de uno que esto lee ha tenido experiencias de este tipo. El conjunto de todas ellas, vividas en el mismo medio, en este caso el marino, es lo que te hace sentirte, y te transforma poco a poco, hombre de tierra, en algo especial, porque te has aproximado al mundo de los peces, de las gaviotas, de los gigantes mamíferos marinos antediluvianos, del viento, de las estrellas, de las constelaciones –esos mapas de carreteras del cielo y exacto reloj-, percibiendo de manera intensa su color, su sonido, su peculiar ritmo, y su aroma salino, húmedo o seco según corresponda, imbuyéndote y disfrutando de sus grandes silencios y de sus grandes soledades siempre animadas, siempre vivas, siempre en contínuo movimiento, porque no existe la naturaleza muerta en la Mar, es un medio permanentemente vivo.

Llegado a este punto de percepción, el cuadro que a tus ojos y a tu corazón se manifiesta despliega su majestuosa energía. Entonces, ya hombre de Mar, caes en la cuenta que es ésta la que te habla, te habla con Verdad, y es tu Alma la que responde; resultando, y así se lo he comentado en más de una ocasión a otras personas, a mi familia, a gente de Mar, o a mi barco o a los delfines, que estás más cerca del Gran Creador del Universo quién, en su infinita bondad, hizo la gran maravilla de la Mar, así en femenino, porque es la madre, ya que es de dónde venimos, y la novia del marino a la que adoramos; y la creó para que la disfrutemos y la respetemos, la amemos y la temamos; para que, en definitiva, aprendamos con ella a conocernos a nosotros mismos, asumiendo a veces riesgos de aventura, que no de locura, y a ser conscientes de lo poca cosa que somos; y desde su inmensidad y poder, acertemos a comprender que los problemas que en tierra, muchísimo más pequeña, nos creamos a diario la multitud de seres humanos que aquí poblamos, por complicados o borrosos que parezcan, tienen muchas veces unas soluciones muy sencillas, tan sencillas como las enseñanzas de la Mar, tan simple y lógico todo como ella misma se presenta ante ti. A eso, queridos amigos, nos ayuda la Mar, al menos a mí en ya tantas ocasiones. Siempre le estaré agradecido. Os invito a conocer y a vivir su extraordinaria experiencia.

Jerez, a 1 de Diciembre de 2011

Miguel Gracia De Torres

Marino

Los comentarios están cerrados.